Fredy Martín Pérez
Cuauhtémoc, Chis;
El viejo camión escolar se detiene en el crucero de Las Vegas, en la entrada a la ciudad de Huehuetenango, Guatemala, con 72 pasajeros apretujados en los 24 asientos y 25 personas más parados en el pasillo. El ayudante y dos pasajeros entran con dificultad en la parte trasera y minutos después, el chofer acelera la máquina sobre la Panamericana. En total, en la unidad viajan 90 hondureños, la mayoría jóvenes, que buscan llegar a los Estados Unidos.
Desde hace más de ocho semanas, miles de hondureños han dejado sus hogares, cansados de la violencia y la pobreza en que se encuentran, con la mirada de alcanzar los Estados Unidos. Muchos han salido con una muda de ropa, con sus hijos menores en brazos y solo con un puñado de dólares para comer y pagar transporte a su paso por Guatemala y México.
En esta oleada migratoria que inició en agosto pasado, pero el fin de semana pasado, cobró notoriedad, por los más de 5 mil hondureños que salieron de San Pedro Sula, con el fin de alcanzar la ciudad de Esquipulas, Guatemala, en un intento de alcanzar la frontera con México.
Pero grupos de 50 a 100, se han movido en los últimos 75 días, pero han pasado desapercibidos por los gobiernos de Guatemala y México.
Desde Guatemala, los hondureños optan por entrar a México, por tres rutas: La de la Selva, (Tenosique, Tabasco y Benemérito de las Amércicas, Chiapas) Soconusco (Costa) y el Altiplano, ruta que puede ser por La Mesilla o Gracias a Dios.
Esta vez, el grupo de 90 hondureños que viajan en el chicken bus, como les llaman los antiguos camiones escolares de desecho que llegan a Guatemala, para tener una segunda vida útil, llegó a la terminal de autobuses de Huehuetenango, la principal ciudad del altiplano guatemalteco, ubicada a 80 kilómetros de la frontera con México.
A los hondureños, les falta recorrer 151 kilómetros, unas cuatro horas de viaje, para llegar al cruce fronterizo de Gracias a Dios (Guatemala)-Carmen Xhan (México), en las cercanías del parque nacional Lagos de Montebello, del municipio de La Trinitaria, éste que les permite bordear puntos del Ejército y la Policía, por caminos de terracería y el Centro de Atención Integral de Tránsito Fronterizo (CAIF), en La Trinitaria.
En el chicken bus, los hondureños no dicen una sola palabra. Solo una mujer pide a uno de sus connacionales que se quite la mochila que lleva a la espalda, porque le da en la cara. El chofer no deja de poner canciones de Julión Álvarez, que estallan en la unidad envuelta en un aire sofocante.
En el último asiento, en el lado derecho del conductor, una joven de San Pedro Sula, lleva su hija de dos años en su regazo, pero pide a su vecino de al lado, que abra la ventanilla, porque parece sofocarse, pero al rato vuelve a pedir que cierren, porque la lluvia le salpica en el rostro y cabeza. Los inmigrantes no denotan cansancio, a pesar de que llevan ya varios días de camino, desde que dejaron su país.
Pese a la lluvia, el chofer toma a alta velocidad las curvas por donde fluye el río Selegua, que 50 kilómetros adelante, se le conoce como Grijalva.
Los inmigrantes pueden ver el cañón del río Selegua, en el kilómetro 299 de la Panamericana, donde el 30 de septiembre del 2002, un chiken bus cayó al río y cobró la vida de 41 personas, 38 de ellas que fueron arrastradas por el afluente hasta la presa La Angostura. Nadie repara en el peligro al ver el acantilado de unos 200 metros de profundidad.
Después de un camino de 20 minutos, de cafetales con fruta verde, pueblos y montañas, el camión se detiene en Camojá. Alguien en la unidad indica a los hondureños que deben bajarse y a prisa toman sus pertenecías que llevan en la parrilla. Todos corren atrás del “guía” que los lleva a unos microbuses estacionados en la calle principal del poblado.
Minutos después, las unidades se enfilan hacia Gracias a Dios, donde los inmigrantes pernoctarán unos días, en espera de ingresar a México, para tratar de traspasar el estado de Chiapas, para alcanzar Oaxaca o Veracruz.
Después que los 90 hondureños bajan del chicken bus, solo quedan seis pasajeros, el chofer y el ayudante. La unidad deberá recorrer 12 kilómetros para alcanzar a la terminal de La Mesilla, en la frontera con México.
Del otro lado, ya en territorio mexicano, cinco hondureños aguardan en la terminal de transporte Alfa y Omega, para abordar la próxima unidad que saldrá a Comitán de Domínguez, a 75 kilómetros de distancia, pero cuando la unidad está a punto de partir, un joven le dice al chofer, que en El Framboyán, en el crucero donde se unen la Panamericana y la vía 201, hay un punto de revisión del Instituto Nacional de Migración (INM), pero el chofer no se detiene y avanza.
Dos kilómetros adelante, en una curva, el chofer detiene la unidad, apaga las luces del vehículo y al cruzar la carretera, observa a los agentes del INM parados frene a la patrulla,. Regresa y pide a los hondureños que mejor se queden entre los matorrales.
Al pasar la unidad de pasaje frente a los agentes del INM, ninguno de los oficiales hace el intento por pararla. “Así es esto”, le dice el chofer, a una mujer comerciante que lleva como copiloto y cuenta que la mayoría de hondureños que llegan a México de manera ilegal, “son gente muy pobre, que solo dinero trae para comer”.
Ella le dice al chofer, que en sus viajes hacia la Ciudad de México, ha visto a los extranjeros que consiguen llegar a la Central del Norte, sin problemas, pero en otras ocasiones son bajados en Veracruz o Puebla, por el INM y corporaciones policiacas.
Desde hace ocho semanas, grupos masivos de hondureños han salido de sus comunidades, barrios y ciudades, con el fin de llegar a los Estados Unidos. El fin de semana, la Policía Municipal de Ocosingo, interceptó a un grupo de 34 hondureños, 19 adultos y 15 niños que habían tomado una ruta que va de Monte Líbano a Nuevo Oxchuc, en la Selva Lacandona, con el fin de librar puntos de control.
A finales de agosto, en La 72 Hogar Refugio para Personas Migrantes, de Tenosique, Tabasco, dio a conocer que desde la última quincena de agosto detectaron grupos masivos de personas y a principios de septiembre, había 120 “personas en los dormitorios de mujeres; la mayoría de ellas son niños menores de 9 años y muchas de ellas necesitan pañales y leche”.
Hondureños al alza
De acuerdo al INM, hasta agosto pasado, fueron 71 mil 879 los extranjeros detenidos en varias entidades del país, en su intento por llegar a los Estados Unidos, lo que representa un incremento del 36.3 por ciento, en comparación con el 2017, cuando fueron expulsados 52 mil 754 extranjeros.
De los más de 71 mil extranjeros, el 40 por ciento fue detenido en el estado de Chiapas, 15 por ciento en Veracruz, Tamaulipas con el 4.8 por ciento y otras entidades con el 15 por ciento.
De ese total de expulsados, el 45.4 por ciento fueron de Honduras, el 40.7 de Guatemala, el 10 por ciento de El Salvador y el 1.1. por ciento de Nicaragua.
Pero el INM explica que entre enero y agosto del 2018, han sido 86 mil 431 los extranjeros los “presentados”, ante las autoridades y a los que se les inició “un procedimiento administrativo de presentación por no acreditar su situación migratoria), que en comparación con el 2017, representa un incremento del 42.7 por ciento ya que ese año fueron 60 mil 552 los extranjeros.
De ese total fueron 67 mil 439 los mayores de 18 años y 18 mil 992, los menores de 18 años, que comparado con el 2017, fueron 49 mil 431, los mayores de 18 años y 11 mil 121 los menores de esa edad.
En total de los 86 mil 431 extranjeros presentados ante la autoridad, el 42.2 por ciento son hondureños y el 36.6 de Guatemala.