Ciudad de México. Gabriela tiene 35 años, de ellos, 24 ha vivido en la calle. Su panorama nunca fue tan mal como ahora con las restricciones por la emergencia sanitaria por el COVID-19. Ella vive con su hijo de 3 años cerca de la estación del metro La Raza. Para estar más segura de noche, rentaba un cuarto en un hotel, pero hace más de tres semanas, esta posibilidad ya no existe. El gobierno de la Ciudad de México cerró todos los hoteles para reducir el riesgo de contagio. Gaby y su hijo tuvieron que volver a la calle.
“Es mejor en un hotel”, lamentó. “Porque sea como sea, ahí tienes tu cuarto, es tuyo. Se me hizo mal que cerraron los hoteles, porque para quedarse en la calle tiene mas riesgo”.
La mujer delgada, de pómulos elevados, dice que hasta ahora, nadie de su grupo o familia presenta síntomas del COVID-19. Ella sabe todas las medidas para cuidarse del virus: llevar cubrebocas, cambiarlo cada 4 horas, y “lavarse 20 veces al día las manos”. Pero ahí empieza el problema, porque ¿dónde accede una persona en situación de calle al agua para lavarse las manos?
“También en el metro, es lo malo, que en lugar de que tuvieran agua, cerraron todo de lo potable. Luego hay gente que como quiera no, le pongo tantito en mi botella, y no! También en el metro, hacen operativos y todo”.
Susana, “carnala” de Gaby, tiene casi dos años de haber salido de la calle. Ella está rentando un cuarto con su hija de 7 años y un hijo de dos. Pero frecuentemente viene a ver su familia extendida, todavía viviendo en la calle cerca del metro. Más ahora que perdió su trabajo de mantenimiento por el Coronavirus: “Me dijeron que gracias, que ahora fue recorte de personal y ya, por lo del COVID. Regreso otra vez aquí con todos los carnales… Ahora si es difícil”.
Si de por si la gente te malvé, ahora es más difícil”, explicó. “Nosotros la mayoría laboramos en el Metro. Hacemos tubos, barra, dulceamos, cantamos, payaseamos, lo que puédamos. Entonces ahora con lo del COVID, la policía de por sí nos pega, nos desalojan, pues ahora peor. Ya no puedes trabajar. La verdad lo hemos visto bien duro”.
Otro factor es que ya no vienen las vendedoras ambulantes. A las personas en la calle se les hace difícil cocinar, entonces, los puestos son su fuente de comida, pero ya no están. Las niñas y niños que antes iban a la escuela, ahora están al lado de sus mamás, lo que les dificulta ir a trabajar. Ni hablar lo de clases en línea, porque meter saldo a sus celulares, es un gasto que no se puede hacer en tiempos de COVID-19. Las mamás intentan de enseñar sus hijas e hijos en lo que puedan.
Susy, de 38 años, siempre con una sonrisa y carcajadas para su familia elegida, ha buscado la manera de generar recursos de otra manera, pero no es fácil: “A una amiga y mi se me ocurrió limpiar los tubos los camiones con cloro. La cosa es generarle. Así empezamos con el cloro, con el pino, con los trapos. Pero es bien difícil porque luego los troles no nos quieren subir, los camiones no nos quieren subir. La gente, te acercas y les quieres dar gel antibacterial y te ven feo. Te discriminan. No están pensando en que estamos intentando ganarnos una moneda, no estamos haciendo nada malo”.
La coordinadora de Caracol A.C. organización que desde hace 26 años se dedica al trabajo educativo con poblaciones en situación de calle, Alexia Moreno Domínguez, considera que las medidas que ha tomado el gobierno durante la emergencia sanitaria, agravan la situación de estas poblaciones, y discriminan: “Una de las acciones fue desinfectarles con agua con cloro. entonces, eso provoca que el mensaje hacia la comunidad sea, son un foco de infección, no?”
“Entonces, intentamos cambiar esta corriente de opinión. Porque la población, ni han viajado al extranjero, ni tienen contacto con la comunicad, son grupos totalmente aislados”. Además, es un grupo de alto riesgo, por el mal estado de nutrición, el consumo de solventes que lastima las vías respiratorias, y otras enfermedades crónicas. “Es mas fácil que nosotras les llevemos el virus, porque vamos en metro, vamos al súper”, explicó.
De acuerdo con un censo del entonces Instituto de Asistencia e Integración Social, en 2017 hubo un poco más de 6 mil 700 personas viviendo en la calle en la Ciudad de México, 12 por ciento de ellas, mujeres, y 2 por ciento, niñas y niños. Pero Moreno Domínguez y sus colaboradoras y colaboradores en Caracol piensan que esta cifra es mucho más baja que el real número de personas en la calle. De por sí, no existirían muchas políticas públicas dirigidas a estas personas, contó.
Ahora con el Coronavirus y siguiendo el ejemplo de Caracol, el gobierno por lo menos salió a repartir información, y a asistir con una camioneta médica a esta población. Pero Moreno Domínguez no ha observado otras acciones que se han dado en otros países por ejemplo, habilitar habitaciones vacías de hoteles para personas en situación de calle.
Caracol tuvo que abandonar toda su planificación anual. Las regaderas antes abiertas a personas en esta situación, las charlas extendidas sobre su situación actual, la comida que se repartía en la oficina, todo eso ya no existe, las puertas tuvieron que cerrar por la emergencia sanitaria. Las visitas a los grupos han sido reducidas a media hora, para minimizar el riesgo y la ayuda se ha vuelto asistencialista, algo que no le gusta para nada a la trabajadora social. Pero ¿Qué se puede hacer cuando hay tanta necesidad? Ahora Caracol recibe y reparte despensas.
Gaby, Susy y todo el grupo, sobre todo las niñas y niños, reciben la camioneta del equipo, ahora todo envuelto en overoles rojos y con cubrebocas, con júbilo. Se alegran de tener visita, hablar de problemas, recibir las despensas. Pero si el equipo antes visitaba cuatro grupos al día, ahora es uno, por sólo por media hora. Lo que se necesitaría del gobierno, opinó Moreno Domínguez, es no cerrar hoteles, parques o estacionamientos. Sería un concepto para garantizar el acceso al agua y otras medidas e higiene, para esta población en riesgo por el coronavirus COVID-19.
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