Mariana Morales.- CIMACNoticias

Tonalá, Chis. En lugar de ser vistas como las que están en primera línea de acción buscando su propio equipo de protección y a la vez cubriendo el déficit de personal, las enfermeras de la costa de Chiapas tienen que idear sus propias estrategias para que la valentía aplaste al miedo ante la pandemia del COVID-19.

Todos los días, Norma Iliana Pananá y varias de sus colegas enfermeras recorren clínicas, terminales de autobús, toman la temperatura a personas migrantes que esperan el tren como parte de su ruta, a paisanas y paisanos que retornan de Estados Unidos y que deambulan por las calles del municipio de Arriaga, porque se les negó el acceso a sus territorios.

Su labor sigue en el Hospital “Benito Juárez”, donde como representante sindical, Norma imprime los protocolos de protección que le envió su Sindicato Sección 50 para explicar a sus colegas cómo atender a quienes llegan con síntomas, casi siempre es uno diario.

Hay días en que visita la zona de “aislados” del hospital, un área con dos habitaciones cada una con baño, oxígeno y dos camas. Cuando se hizo esta entrevista no había pacientes, pero acercarse ahí es ponerse todo lo que llega por donación: gorro, cubrebocas, caretas, botas, lo que haya, porque los 25 equipos que mandó la Secretaría de Salud Estatal desde la cuarentena, siguen sin estrenarse.

Esa zona refleja la precariedad que había antes y después del virus en el Hospital Juárez. Sin Unidad de Cuidados Intensivos (UCI), medicamentos, un solo respirador mecánico, un improvisado consultorio COVID-19 y 58 camas para las 150 personas que a diario llegan de cuatro municipios costeros y Oaxaca. Entre baleados, personas con diabetes, hipertensión, embarazadas y ahora, los que dicen tener el virus en su cuerpo.

Norma es una de las 123 profesionales que labora en el Hospital Juárez, este grupo que afirma ya está agotado por las cargas de trabajo y que solicitan una clínica únicamente para atender a pacientes COVID-19.

Para llegar al hospital tiene que caminar con cubrebocas, traje azul, y ver cómo la gente se baja de las banquetas para no toparla de frente porque hasta este lunes 4 de mayo en Arriaga había dos contagiados.

Un día cuando llegó a su pueblo pesquero asentado a orillas del mar, las mujeres cuestionaron a Norma si tenía contacto con gente infectada porque en el municipio ya había 18 enfermeros (el cuarto lugar a nivel estatal) y estaban evaluando el acceso.

“¡Ándale, allá los voy a ver en el hospital cuando se contagien!”, contestó la enfermera a modo de defensa y así la dejaron pasar para ver a sus dos hijas.

“Como buena costeña me considero “relajista”… pero las mentiras me hacen enojar. Me preguntan ¿miedo Pananá? Aquí no pasa nada, les digo… he tomado mis precauciones, una de mis hijas que tiene bebé dejó la casa, sólo una vive conmigo, y con mi mamá sólo me comunico por celular”.

La última vez que hablamos por teléfono me contó que estaba aislada porque una de sus colegas resultó positivo al virus, dijo que desde el encierro veía árboles y que tenía muchas ganas de regresar a trabajar. Le pregunté cuál era su mayor miedo, “que un día el pueblo no me deje pasar”.

Antes de la emergencia sanitaria, los hospitales estaban en desastre contrario a lo que dice el Secretario de Salud Estatal, José Manuel Cruz Castellanos. En entrevista el integrante del Comité Digna Ochoa, Luis Abarca, señaló que en el gobierno pasado de Manuel Velasco el sistema quedó en ruinas y sigue igual.

Por otra parte, del Centro de Derechos Humanos Digna Ochoa, Nataliel Hernández, comentó que en esta zona costera, la gente no puede parar de trabajar porque casi 80 por ciento pertenecen al comercio informal.

20/MM/LGL

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *