Fredy Martín Pérez
14 de agosto.- En Las Palmas, un pueblo de no más de 20 casas de techos de lámina, que se levanta entre la tierra colorada de la selva depredada que corre hacia Oaxaca, fue hallado Dylan, el niño tsotsil de dos años de edad, que fue raptado hace 45 días, del Mercado Popular del Sur (Merposur) en San Cristóbal de las Casas, por una mujer campesina que había sido abandonada por su cónyuge porque “no podía concebir” hijos.
Margarita, una mujer no mayor de 23 años de edad, nativa de Nueva Esperanza de los Pobres, comunidad de unos 600 habitantes, algunos originarios de aldeas del altiplano chiapaneco, temía que en el pueblo donde vivió con su esposo, alguien la delatara cuando supieran que se ofrecía una recompensa de 600 mil pesos para dar con el paradero de Dylan.
Por eso buscó asentarse en Las Palmas, un pueblo de tan solo una veintena de casas, a 19 kilómetros al sur de la cabecera municipal de Cintalapa, en los límites con Oaxaca, pero la efímera felicidad que empezaba a construir, se le terminó el jueves por la noche cuando la choza que habitó con el kerem (niño en tzotzil) fue rodeada por medio centenar de policías.
Desde el 30 de junio, la mujer vivió en una frágil y falsa felicidad, porque cuando oía las noticias sobre la búsqueda de Dylan, se sobresaltaba al imaginarse encarcelada, pero se luego se le olvidaba, porque creía que en Las Palmas nunca la encontrarían.
Su sueño era volver a reconstruir ese hogar al momento que su cónyuge supiera que ya había un niño en casa.
Desde que su pareja dejó el hogar que compartían en Nueva Esperanza de los Pobres, Margarita lloró muchas veces, por la esterilidad que sufría y a pesar de que buscó ayuda con médicos, comadronas y curanderos de la región, no lo consiguió.
Un niño le devolvería la felicidad que se le truncó, al momento que se quedó sola.
Soñaba que ese niño la llamara alguna vez “mamá”.
Para empezar a construir su felicidad, Margarita simuló estar embarazada a los pocos días que su cónyuge abandonó el hogar.
Para que sus conocidos supieran que había quedado encinta, se paseaba por el pueblo y a algunos de sus conocidos les contaba que “esperaba un hijo” y que cuando naciera, entonces volvería a casa su esposo, “que se fue a trabajar a la ciudad”, para ganar dinero y construir una casa de material como lo hacen las familias de migrantes que reciben remesas desde los Estados Unidos.
Pero ese niño con el que soñaba que alegraría su hogar, lo iba a hallar en una calle, en una plaza o un mercado.
Entonces empezó a salir de su comunidad, para planificar cómo sería el rapto del niño.
Pensó buscar a ese “hijo” en Cintalapa y Tuxtla, pero no lo halló, hasta que se le ocurrió ir a San Cristóbal de las Casas.
El domingo 28 de junio por la mañana, Margarita llegó a San Cristóbal de las Casas, en una combi que procedía de Tuxtla.
Acostumbrada al sol duro y picante de su comunidad, la diminuta mujer campesina resintió en sus mejillas el viento helado que corre por las calles de la ciudad.
En las primeras horas que estuvo en la ciudad, Margarita comió algo y horas más tarde, fue a tocar la puerta de un edificio donde rentan cuartos “por día”, a pocas calles del Merposur.
Por donde caminaba, buscaba con la mirada a niños solos, pero no los halló.
Ese domingo día en que ya se planeaba entrar a la nueva normalidad en San Cristóbal, después de cien días de confinamiento, Margarita pudo percibir un mercado con poca afluencia de compradores y muchos de los puestos permanecían cerrados y cubiertos con plásticos de colores rojos, verdes y amarillos.
El lunes por la mañana recorrió los pasillos del mercado y como si tratara de una compradora, preguntaba en los locales comerciales, por precios de algunas frutas y verduras, pero siempre con los ojos buscaba a ese niño que por varios meses deseó.
Por fin lo había encontrado. Era Dylan Esaú Gómez Pérez, un niño de dos años de edad, al cuidado de su madre Juanita Pérez, mujer sola como Margarita, porque su cónyuge abandonó su hogar hace unos meses, cuando decidió emigrar a los Estados Unidos, con otros tzotziles de San Juan Chamula, donde él y ella son originarios, tienen conocidos y familiares.
Al caer la tarde de ese lunes, Margarita se refugió en el cuarto que rentaba, pero su preocupación ahora se centraba en cómo sacar a Dylan del mercado, para que no fuera descubierta.
Podía verse rodeada y lapidada por los tzotziles, pero respiraba fuerte para tomar impulso.
Su temor principal, era que el niño empezara a llorar al ser tomado de la mano de una mujer desconocida.
Su corazón latía a prisa al ver el momento que el niño empezara a gritar y pedir ayuda, pero no sabía que sus dos años, Dylan aun no puede articular palabras.
Así, lo mejor, pensó, era buscar a otros niños, para pedirle que le ayudaran a sacar al niño del mercado.
Abrió su cartera y pudo ver que aun tenía dinero para comer algo y comprar los pasajes que la llevarían a Tuxtla y de ahí hacia Nueva Esperanza de los Pobres, a unos 22 kilómetros al noroeste de la cabecera municipal de Cintalapa.
Hizo sus cálculos y vio que a lo mucho podía ofrecer 200 pesos a los niños que le ayudarían a consumar el rapto.
Durante varias horas del martes, Margarita buscó la forma de llevarse a Dylan sin llamar la atención de los tzotziles acostumbrados a linchar a ladrones, defraudadores y presuntos robachicos, pero fue hasta las 16:15 horas, que vio al niño a unos 50 metros del negocio de su madre, cuando caminaba hacia el puesto de su abuela, para pedirle que le diera más nance.
Ahí fue el momento preciso que Margarita solicitó ayuda de los niños de Zinacantán, para que pudiera sacar a Dylan del mercado. Lo engañó de que se trataba de su hijo.
Con un atomizador que usaba Juanita para regar las verduras y frutas, en la mano, Dylan fue alzado en brazos por Margarita, como una señal de triunfo.
Eran las 16:23 de la tarde de ese martes. Tuxtla parecía estar a un paso, pero Nueva Esperanza de los Pobres, era aun un camino eterno.
Pensaba que en cualquier momento los tzotziles la atraparían con el menor y apresuró el paso para alejarse del mercado y la furia de los tzotziles algunos de ellos acostumbrados a cobrar con sangre las afrentas.
Rumbo a Tuxtla, “El Gordito”, era arrullado por Margarita, que cuidó cubrirle el rostro del niño para evitar que alguien lo pudiera delatar.
El mandil azul que llevaba Dylan y que todos los días se lo ponía su madre al momento de llegar al puesto y el atomizador, fueron guardados por la mujer en una mochila.
Margarita parecía feliz, porque ahora tenía ese niño para alimentarlo, bañarlo, verlo reír y tomarlo de la mano, con el deseo de que su cónyuge regresara a su hogar.
Mientras Juanita lloraba ese 30 de junio, sentada en una silla frente al Ministerio Público de la Fiscalía de Distrito Altos, Margarita había alcanzado su casa en Nueva Esperanza de los Pobres.
Pero algo le decía que, en Nueva Esperanza de los Pobres, no estaba segura, por lo que buscó ocultarse en Las Palmas, a más de una legua de distancia de Nueva Esperanza de los Pobres, pero la efímera felicidad que Margarita creía construir, se le derrumbó el jueves por la noche cuando medio centenar de policías rodeó la choza donde ocultó a Dylan, que el viernes pudo abrazar a su madre, después de 45 días de haber sido separados.