El inicio de la historia moderna del conflicto en Venustiano Carranza, Chiapas
Julio César López
¿Crees en el destino?
Yo no, pero el día que Bartolomé Martínez Villatoro tomó posesión del Comisariado de Bienes Comunales de Venustiano Carranza, supo que iba a morir, supo que lo iban a matar.
Lo que no podía saber, porque no era adivino ni vidente, era el lugar, el día y la hora en que lo acribillarían, como finalmente sucedió aquel fatídico 1 de agosto de 1975, en la zona de Aguacatenango, punto intermedio entre Venustiano Carranza y San Cristóbal de Las Casas, Chiapas.
Tampoco sabía que los asesinos, pagados por los caciques de la región, lo rociarían con tanto plomo, de tal suerte que él y su vehículo recibirían más balazos que el mismo Pancho Villa, héroe nacional asesinado en Parral, Chihuahua, en 1923.
Veintinueve impactos de bala hallaron en el cuerpo de Bartolomé.
Murió entonces de muerte natural, como él eligió, y así se convirtió en ícono de la lucha por la recuperación de las tierras comunales.
En los corrillos de Venustiano Carranza se escucha desde entonces que una mujer, de nombre Pascuala Calvo Solano, entregó al líder indígena, proporcionando los datos exactos para que la emboscada que le tendieron resultara eficaz.
Tan así, que Bartolomé se estacionó justo donde estaban apostados sus enemigos, pues la mujer –algunos dicen su pareja sentimental–, le pidió parar con el pretexto de ir a hacer sus necesidades fisiológicas a orilla de la carretera.
Apenas Pascuala bajó del carro, sonaron las ráfagas de ametralladora: Ratatatatatatatatatatatatatata Ratatatata.
Los balazos, al parecer de fusiles M1, salían de ambos lados de la carretera.
Bartolomé, hombre bragado, no tuvo ninguna oportunidad de defenderse, aunque siempre iba armado.
Martínez Villatoro murió dentro del vehículo, junto con su chofer, José Guadalupe Vázquez Gómez.
Los dos quedaron como chichinas, llenos de huecos por donde brotaban borbotones de sangre.
Los comuneros que recogieron los cadáveres, cuentan que los asesinos acamparon en el lugar desde una noche antes, pues encontraron signos de ello en ambas aceras de la carretera.
Había chompas de nylon, improvisados fogones y hasta colillas de cigarros.
Casquillos de balas percutidos, por todos lados.
Se dio entonces la expulsión de Pascuala, única “sobreviviente” de la emboscada, pues era la única persona que sabía que Bartolomé pasaría por el lugar, ese día y a esa hora, toda vez que un día antes Martínez Villatoro recibió una llamada para citarlo al Instituto Nacional Indigenista de San Cristóbal de Las Casas.
Bartolomé pasó por ella y ese sólo hecho selló su muerte.
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Bartolomé Martínez Villatoro no era un comunero común y corriente. Era más alto que el indígena promedio, herencia de su papá, Bartolón, y aparte se pasaba de valiente; alentado tal vez por el grupo guerrillero que se incubó en Venustiano Carranza en 1973: la Brigada Revolucionaria Lacandones (BRL).
Recién se reveló que esa organización, que a la postre formaría parte de la Liga Comunista 23 de Septiembre (LC-23), fue fundada por los hermanos Ismael y Reynold Díaz Coutiño, hermanos a la vez de Heriberto, preso en esos días por su accionar en el Comando Urbano Lacandones; aliados a su vez de Los Enfermos de Sinaloa.
En ese último grupo militarían también Francisco Javier Coutiño Gordillo, Sebastián Vázquez Mendoza y Bartolomé Pérez Hernández, a quienes los comuneros siguen reclamando como desaparecidos políticos desde la época de la llamada Guerra Sucia.
Ellos, junto al instructor político-militar de la BRL, Eduardo Villaboru Ibarra, y dos personas más, fueron detenidos por policías judiciales en el estado de Hidalgo y entregados en la Dirección Federal de Seguridad, tras el secuestro de Juvencio Hernández Patiño; hecho suscitado el 8 de noviembre de 1974.
Cuentan que el temido policía Miguel Nassar Haro los torturó en persona y, tal vez, fue el último en verlos con vida; es decir los mató u ordenó su muerte.
Antes de la detención de los hermanos Díaz Coutiño, el contacto de Bartolomé Martínez Villatoro con Los Lacandones, sería Ismael Díaz Coutiño.
Ismael Díaz Coutiño “había establecido negociaciones con el Comisario Ejidal de Venustiano Carranza, Bartolomé Martínez Villatoro, para gestionar la entrega de tierras a campesinos despojados por los caciques”; según publicaron recientemente ex militantes de la Liga Comunista 23 de Septiembre.
PA su vez, la LC-23 buscaba instalar un foco guerrillero en las montañas aledañas a Venustiano Carranza, en terrenos comunales de los indígenas Totiques; siguiendo el ejemplo de Lucio Cabañas, en Guerrero, e igual buscaban derrocar al gobierno para instaurar el socialismo en México.
Ello explica el por qué, cuando los pistoleros mataron al profesor Gaspar Díaz Reyes, comisariado ejidal y padre de los tres hermanos Díaz Coutiño; Bartolo Martínez Villatoro no dudo ni un momento en tomar su lugar.
Era 1972 y Bartolomé dijo a los comuneros: “Ya dejemos de tanto papeleo. Chinguen a su madre, ya fuimos muchas veces a México y no solucionan nada.
Si me van a apoyar, aunque me maten, porque sé que me van a matar, vamos a avanzar. Yo seré el Comisariado de los Bienes Comunales”.
Y pasó de las palabras a los hechos. Papeles en mano, con la Resolución Presidencial de su lado, empezó a recorrer los grandes ranchos para pedir, por las buenas, que devolvieran las tierras que ocupaban los finqueros de manera irregular y que pertenecían a la Casa del Pueblo.
Algunos rancheros cedieron y hasta les permitieron retirar su ganado antes de devolver las tierras.
Los caciques Carmen Orantes Alegría y Augusto Castellanos, no.
Ellos acaparaban las mejores tierras de riego, y además tenían pistoleros a sueldo para su seguridad.
Dichos pistoleros, ya habían probado su eficacia, dando muerte a varios comisariados anteriores: al primero que mataron fue José Córdoba Ayar, en 1966.
Después a Manuel Gómez Ortega, en 1970. Y en 1971 al maestro Gaspar Díaz Reyes, quien apenas tenía cinco meses en el cargo.
Nadie les podía hacer frente, hasta que apareció éste bragado líder indígena.
Un testigo, entonces adolescente, cuenta que un día vio como los comuneros, con Bartolomé Martínez Villatoro a la cabeza, se dirigieron a un predio llamado El Pesebre, propiedad de Carmen Orantes, y comenzaron a derribar las edificaciones con un tractor conocido como Carterpiller.
“Iba el Comisariado y como 200 campesinos armados, todos de blanco. Lo tiraron todo”; rememora.
Tal odio desató esa acción, que los caciques ordenaron matar al líder campesino, y los pistoleros lo intentaron de manera fallida en al menos tres ocasiones.
Para el primer atentado, citaron a Bartolomé Martínez Villatoro “a la Forestal”, acusándolo de deforestación.
Resultó ser un cuatro, pues ya lo esperaban hombres armados, y cuando se armó la trifulca varios indígenas resultaron heridos, pero él salió ileso.
La segunda ocasión fue en campo abierto. “Un grupo de los Huexté, compadres de Carmen Orantes, lo enfrentó a machetazos rumbo al Paraíso”. Bartolomé perdió el ojo izquierdo.
La tercera vez, lo citaron en la presidencia municipal y le vuelven a tirar. No logran herirlo, aunque sí a varios de su comitiva.
Tres descargas de pistolas calibre 38 les vaciaron.
Por este último hecho, Bartolomé es encarcelado y miles de comuneros se movilizan por su liberación. La Liga Comunista 23 de Septiembre intenta secuestrar al presidente municipal, Jesús Domínguez Herrera, para lograr su liberación, pero el operativo fracasó.
Como el alcalde era doctor, le mandaron de señuelo a una mujer embarazada, en aparente estado de gravedad.
Jesús Domínguez Herrera no cayó en la trampa. Como consecuencia de este operativo fallido, fueron detenidos en una cueva Raynol e Ismael Díaz Coutiño, Encarnación Gómez Ortega, Romeo Gómez Ruiz, Sebastián Martínez Ramírez, Julián Bayardo Hernández, Mario Rodríguez Morán y María Rodríguez Martínez.
Todos fueron torturados.
Tan valiente era Bartolomé Martínez Villatoro, que pese a que sabía que lo querían matar, aceptó relegirse como Comisariado de Bienes Comunales.
Ello sucedió el 7 de mayo de 1975.
Ya no tuvo tiempo para mucho más, pues tres meses después lo mataron “por culpa de esa mujer”.
Dejó, eso sí, sembrada la semilla de la lucha agraria, por la vía de los hechos; al más puro estilo de Emiliano Zapata.
Después de él, los comuneros recuperaron miles de hectáreas en poder de los caciques.
A Augusto Castellanos lo ajusticiaron el 9 de mayo de 1976. Carmen Orantes había huido de la región, tiempo antes.
Tras el asesinato de Bartolomé Martínez Villatoro, los comuneros cerraron la alcaldía y la Casa del Pueblo comenzó a cobrar los impuestos municipales.
Garantizó los servicios y la seguridad, con patrullajes armados por todos los barrios.
Tras la muerte de Augusto Castellanos, llegó el Ejército Federal a Venustiano Carranza. Se posicionó de la alcaldía y la plaza central.
De Pascuala Calvo Solana se sabe que se alió con “los Coras”, un grupo escindido que lideran Bartolomé Gómez Espinoza y Santiago Espinoza Hernández, quienes forman la dirección de la Alianza San Bartolomé de los Llanos, con quienes los comuneros libran una lucha fraticida que tiene en vilo la tranquilidad de la región.
Mientras, los comuneros tienen una pared donde ya no caben más cuadros con fotografías de tanto muerto, de 1966 a la fecha.
Bartolomé Martínez Villatoro es de los líderes más importantes. El más reconocido. Él eligió su destino el día que decidió encabezar la lucha de “Los Totiques” de Venustiano Carranza.
Sabía que lo iban a matar, y lo dijo.
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Muchas cosas pasaron después del asesinato de Bartolomé.
En 1976, en una asamblea, los comuneros de la Casa del Pueblo deciden la suerte de Augusto Castellanos. Dos jovencitos levantan la mano –a uno le dicen El Gallo de Oro– y uno más, maduro ya, se apuntó en la lista.
Sabían que el cacique gustaba tomar café con sus amigos en la banqueta de su casa y allá lo fueron a buscar.
Cruzaron saludos y una vez que lo identificaron lo atacan desde dos flancos. Augusto Castellanos es ajusticiado el 9 de mayo de 1976.
El 10 de mayo, el Ejército Federal toma la presidencia municipal de Venustiano Carranza y lo convierte en su cuartel.
Realizan patrullajes por los barrios; decretaron un Estado de Sitio de facto y un día después, “chocaron” con hombres armados de la Casa del Pueblo.
Los milicos intentaron tomar la Casa del Pueblo, el 11 de mayo, pero los comuneros resistieron, pues habían fortificado, levantando barricadas dos cuadras a la redonda.
Cuando cesó el fuego, fueron detenidos y encarcelados 15 comuneros, entre ellos Bartolo Gómez Espinoza y Santiago Espinoza Hernández.
En 1978, los comuneros toman de nuevo la presidencia municipal, hasta lograr la libertad de los presos.
Vuelve a llegar el Ejército a desalojar a los indígenas.
Bartolo Gómez y Santiago Espinoza quedan muy agradecidos con el gobierno. “Dicen a los comuneros que el gobierno es bueno, que les dará crédito y les regalará tractores e insumos, pero tienen que dejar de luchar”.
Junto con Pascuala Calvo, y apoyados por 100 o 150 indígenas que creyeron en ellos, toman la Casa del Pueblo.
Entonces la comunidad rodea la Casa del Pueblo; los golpea y los expulsa de los Bienes Comunales.
En una entrevista con la Revista Proceso, el gobernador de entonces, Manuel Velasco Suárez, explicó al reportero Rodolfo Guzmán que en la muerte de Augusto Castellanos, los comuneros “hicieron justicia por su propia mano”.
Y eso parece, porque la justicia nunca llega de donde debería llegar. Mientras, la lucha de los comuneros sigue, y la tierra chiapaneca se sigue abonando con sangre indígena.