Sandra De los Santos Chandomí.- CIMACNoticias
Tuxtla Gutiérrez, Chis. No sabía que era feminista, pero cuando era adolescente se encontró con un letrero que decía “enseñamos a nuestras hijas a evitar ser violadas, pero no educamos a nuestros hijos a no violar”. Ella misma lo reprodujo en una cartulina y lo pegó en su cuarto.
Liliana Pacheco Flores tiene 24 años de edad. Hace unas semanas se enteró que fue una de las ganadoras del Premio Estatal de la Juventud, que se entregará el próximo 18 de noviembre. En total son 12 personas y una organización que ganó la distinción, seis de las personas son mujeres y tres de ellas se nombran feministas. Liliana es una de ellas.
Egresó, recientemente, de la Licenciatura en Comunicación de la Universidad Autónoma de Chiapas (Unach). Es una de las fundadoras de la “Colectiva Universitaria Brujas”, que nació en la Facultad de Humanidades, pero después se extendió a otras instituciones.
Fue, precisamente, gracias a esta colectiva, que pudo acercarse a estudiantes universitarias no sólo de la Unach, sino de otras instituciones. “Brujas” es ahora parte de la Red de Colectivas Feministas Universitarias de Chiapas (Recofuch), que impulsó el protocolo de actuación para casos de violencia dentro de esa universidad y ahora trabaja también porque suceda en otras instituciones.
“Yo no vengo de un entorno feminista, pero sí debo de reconocer que mi entorno siempre ha sido muy “progre”. Mi mamá siempre nos ha dejado explorar y cuestionar. Fue hasta en la universidad que junto con otras compañeras que encontré el nombre a todo eso que yo pensaba y sentía, y es el feminismo” dice Liliana.
Como muchas otras mujeres de su generación ella se descubrió feminista en las calles y en las conversaciones con jóvenes de su edad. “Mi amiga Sabrina me dijo que fuéramos a un “pañuelazo” a favor de la legalización del aborto, ya estábamos en la Facultad y ahí nos encontramos con otras compañeras, cada una fue por su lado, pero ahí nos encontramos”. Eso fue en septiembre del 2018.
A pocos días ya estaban esas mismas compañeras que se encontraron en la actividad afuera del congreso del estado, organizando ellas mismas dos jornadas en su Facultad para hablar sobre feminismos. El 28 de septiembre, día por la despenalización del aborto, nace Brujas.
Liliana nombra a sus otras compañeras: Norma Citlali, Yaret Vargas, Laura Castrejón, Adriana Santos, Monica Velásquez y Sabrina Cruz, de ahí se sumaron muchas más no sólo de Humanidades, sino de otras facultades e instituciones al grado de que en este año se formó la Red de Colectivas Feministas Universitarias de Chiapas.
Aunque ahora el movimiento feminista dentro de las universidades se ha extendido y el 2018 no se ve lejos, cuando ellas formaron la colectiva en ese año no les fue fácil. Dentro de la Facultad sufrieron agresiones verbales de parte de sus compañeros hombres y también de docentes.
Pese a esto, Liliana recuerda su entrada al feminismo como un proceso amoroso y de mucho acompañamiento por parte de sus compañeras, quienes le compartían lecturas, podía conversar sobre sus dudas, con ellas descubrió el significado de la sororidad y que la frase de “juntas somos más fuertes” no es sólo algo simbólico, sino real y que puede cambiar circunstancias.
Liliana tiene 24 años y aunque es claro que a esa edad se tiene mucho más futuro que pasado, ella misma dice que hay generaciones mucho más jóvenes que la suya dentro del movimiento feminista, el cual parece que cada vez se alimenta de personas de más corta edad.
La joven comunicadora, quien tiene un programa en una estación de radio comercial en Comitán, dice que es importante el diálogo entre generaciones dentro del movimiento feminista. “No se trata de olvidar lo que han hecho otras compañeras, al contrario, es de sumar experiencias”.
El diálogo intergeneracional es de los grandes pendientes del feminismo. Es algo que se ha dicho de manera reiterada en diferentes lados, y Liliana, desde su práctica cotidiana, se ha dado cuenta de ello, sobre todo, porque ha trabajado con adolescentes y jóvenes de preparatoria y ha convivido con feministas que tienen mayor edad.
Con las adolescentes y jóvenes del Colegio de Bachilleres de Chiapas (Cobach) y de otras instituciones de nivel medio de Comitán ha acompañado denuncias de acoso sexual y también trabajado el tema de sus derechos sexuales y reproductivos.
“Así como nosotras (mujeres de su generación) podemos llegar a cuestionar a las feministas de más edad a nosotras también ellas (las adolescentes) nos cuestionan, y debemos de platicar, caminar en nuestras coincidencias que no son pocas” considera Liliana.
Para ella, ganar el Premio Estatal de la Juventud, junto con dos feministas más, es un importante mensaje que se le está dando a la ciudadanía y a las personas tomadoras de decisión. Es decir que el movimiento está en todas partes, que son presente y que se harán escuchar en todos los espacios. Es también un grito para hacer un lado el adultocentrismo y poder empezar con ese diálogo intergeneracional que tan necesario es en un movimiento de cientos de años que ahora está más joven que nunca.
La región de la frailesca es conocida como el granero de oro, pero ella lo que busca es que no sólo sea un semillero de producción que beneficie a unos cuantos, sino que sea una tierra libre de violencia contra las mujeres a la cual pueda volver.
María Guadalupe Ruiz Coutiño tiene 27 años de edad. Es originaria del municipio de Villaflores. Es una de las fundadoras de la “Colectiva Mujeres de Maíz”, e impulsora de la Escuela Granero Violeta. Es licenciada en Derecho por la Universidad Salazar. Maestra en Estudios de la Mujer por la Universidad Autónoma de México (UAM), actualmente estudia el doctorado con una beca Conacyt en el CIESAS en la Ciudad de México. Ella es una de las ganadoras del Premio Estatal de la Juventud.
La mayoría de sus amigas le dicen “Lalupita”, por la costumbre que existe en Chiapas de anteponer el artículo al nombre de las personas, y así se nombra ella misma en las redes sociales. Después de concluir la preparatoria, salió de Villaflores para estudiar la licenciatura en Tuxtla Gutiérrez y después partió a la Ciudad de México para continuar con sus estudios de posgrado.
“Yo me salí del pueblo, pero el pueblo jamás salió del mí” dice la doctorante, quien aún en la distancia geográfica y el tiempo que ha pasado fuera de la frailesca, conserva la forma de hablar de esa región de Chiapas, pero también tiene el vocabulario propio de una persona que se ha hecho en la academia.
Su trabajo de investigación tanto en la maestría como en el doctorado se ha centrado en su lugar de origen, donde regresa por lo menos dos veces al mes. “Algo tiene esa región que una nunca se puede ir, yo regreso siempre, mi ombligo está ahí enterrado, me gusta y es el lugar donde yo quiero incidir”. No hay necesidad que tenga que probarlo. “Lalupita” es una de las fundadoras de una colectiva feminista en la zona y además impulsó una escuela feminista en donde mujeres con diferentes grados escolares pudieron tomar cursos con académicas de Latinoamérica avalado por la UAM.
El activismo en Lupita llegó desde que tenía 13 años trabajando con personas de la Sierra Morena junto a otras compañeras y compañeros de la escuela, que recuerda con cariño. “No sabíamos que lo que hacíamos era activismo o que eras parte de la sociedad civil organizada, nosotros éramos los salidos del pueblo, nada más”.
Ser feminista, aún en estos tiempos, no es fácil en ninguna parte del mundo, pero serlo en un municipio rural del estado con mayor rezago puede resultar una odisea. Un sitio, que además, está dominado por cacicazgos y algunas violencias se han naturalizado.
Guadalupe también fue candidata a diputada local en el 2015 por el Partido Movimiento Ciudadano, aunque nunca militó en ese partido ni en ningún otro. Sabía que su candidatura sería testimonial. Sólo tenía 15 mil pesos de presupuesto y todo en contra para ganar un puesto de representación popular en un sitio en donde es un secreto a voces que las autoridades están íntimamente ligadas a los caciques de la región.
Lupita busca incidir desde la academia y también haciendo cabildeo con las personas tomadoras de decisión. Está comprometida con los feminismos rurales, y en cambiar las cosas en la región que la vio nacer y a la cual quiere regresar.
Acaba de ganar un premio internacional que le permitirá que su tesis de maestría, en la que habla sobre los cargos políticos de mujeres en Villaflores, sea publicada, además de un incentivo económico.
Su salida de Chiapas está muy lejos de haber sido “para nunca más volver”, al contrario, se fue para regresar para conocer otros horizontes y traer buenas nuevas a ese lugar que busca construir de manera distinta. En sus años fuera de su comunidad ha conocido otros feminismos, distintas realidades, nuevas formas de acompañamiento y también de lucha. El estar lejos le ha permitido confirmar que quiere regresar, pero no habitar el mismo sitio, sino uno distinto, uno que no sea sólo un semillero de oro, sino un granero violeta en donde todas las mujeres estén libres de violencia.
San Juan Chamula está a 11 kilómetros por carretera de San Cristóbal de las Casas. La distancia parece corta, pero la vida entre un lugar y otro es diferente. Susana Jiménez Pérez nació el 12 de julio de 1995 en la zona norte de San Cristóbal, un sitio que es conocido por ser habitado por indígenas de municipios cercanos sobre todo de Chamula. Ella es la tercera generación de migrantes.
“Mis abuelos migraron para venir a trabajar a la ciudad, mis papás todavía nacieron allá, pero se vinieron a vivir acá muy pequeños y nosotros (hermanos y primos) ya nacimos acá” cuenta la ganadora del Premio Estatal de la Juventud en la categoría de Fortalecimiento a la Cultura Indígena.
Susana es mejor conocida como “Susi Bentzulul” porque quiso retomar el apellido de uno de sus bisabuelos. Bajo ese nombre firma sus poesías y se presenta en diferentes recitales.
Ella se autonombra como mujer indígena maya tsotsil, pareciera algo obvio, pero no siempre ha sido así. Cuando estaba en la primaria su mamá le dijo que ya no le hablarían en tsotsil para evitar que la molestaran en la escuela, y así aprendiera bien el español porque eso le iba a dar más oportunidades. Tuvo que abandonar su lengua materna, aunque nunca dejó de escucharla porque las personas mayores de su entorno la seguían hablando.
“Mi generación (jóvenes de veinte años) ya no hablan la lengua en mi familia, aunque todos siempre lo hemos entendido porque escuchamos el tsotsil todos los días” cuenta. Aunque después ella misma reflexiona y aclara que saben hablarlo, pero no lo hacen por el estigma que existe hacía las personas indígenas.
La idea de la mayoría de las personas migrantes de Chamula que viven en San Cristóbal de que al hablar su lengua son más discriminados está bien fundamentada. En esta ciudad conviven extranjeros, indígenas de diferentes municipios cercanos y los llamados “coletos”, que llevan generaciones viviendo ahí. Pero, el trato es diferente para cada grupo, y Susi lo supo estando en la escuela. “A mí me decían que era chamulita de manera despectiva. Había mucha discriminación” recuerda.
Susana se reencontró con su lengua materna cuando ingresó a la Universidad Intercultural de Chiapas (Unich) y cursó la licenciatura de Lengua y Cultura. Ahí empezó a hablar tsotsil y aprendió a escribir en su idioma materno.
Durante los cuatro años que llevó clases de gramática tsotsil incursionó a la literatura y empezó a escribir poesía en su lengua.
“Empecé a hacerlo como una herramienta para saber más de mi lengua, pero siempre lo que he escrito ha sido desde la lucha y la protesta, hablo de las injusticias, los feminicidios y los abusos que existen”.
Mientras estudiaba la licenciatura, tuvo el acompañamiento de la organización civil Desarrollo Educativo Sueniño AC, quien ofrece apoyo económico y de alimentación a estudiantes indígenas de diferentes niveles educativos.
“Para que yo siguiera estudiando fue decisivo que mis padres siempre me apoyaron y me estuvieron impulsando y también el apoyo de la organización, porque me daban dinero para mi inscripción y sabía que era un lugar a donde podía llegar a comer” relata la poeta.
En ese lugar también ofreció talleres de gramática tsotsil para que niños y niñas hablantes de la lengua aprendieran a escribirla porque en las escuelas no lo enseñan.
Después de egresar de la licenciatura, trabajó durante dos años con una organización civil dedicada a los derechos de la infancia. Fue educadora en la calle, dando talleres a la niñez que trabaja en los mercados.
Al igual que sus padres, ha servido como traductora ante la Fiscalía de Justicia o personal médico. Ella lo ha hecho en caso de niñas y mujeres que han sufrido abuso sexual o han tenido complicaciones de salud ginecológicas.
“En una ocasión me decían los paramédicos pregúntale si cuándo fue la última vez que se hizo el papanicolau, esa palabra no existe en nuestra lengua, una tiene que interpretar para darle un significado”.
Susana tiene apenas 26 años de edad, pero su andar ha sido largo. Actualmente estudia la maestría en intervenciones feministas en el Cesmeca.
Ella se descubrió feminista en la cotidianidad, nombrando las opresiones que ha padecido desde su ser mujer indígena maya-tsotsil y también traduciendo las injusticias por las que atraviesan como personas de los pueblos originarios que viven en las ciudades.
Está convencida que quiere seguir incidiendo desde la educación, el feminismo y la literatura. No sólo le interesa lo estético del arte, sino también la gran capacidad que se tiene para dar a conocer las injusticias y sensibilizar a las personas.
Cuando habla de futuro se le escucha esperanzada, tiene un sinfín de proyectos. Qué bueno, qué bueno que es joven y que su vida es larga porque aunque lleva mucho recorrido, apenas, esto es el principio de todo lo que anhela hacer.
*Este artículo fue retomado del portal AquíNoticias
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