A un año de la muerte del joven guatemalteco en el tráiler que se estrelló en Chiapas, su familia trabaja para cubrir los intereses de los préstamos que pidió para pagar el viaje
Fredy Martín Pérez.
Chiapas.- Luis Us Chávez había trabajado la mitad de su vida en el campo, en la siembra de maíz y cardamomo cuando decidió irse a los Estados Unidos por tercera vez, para pagar la deuda que habían contraído sus padres en sus anteriores viajes. Al terminar la educación primaria, no tuvo otra opción que trabajar de tiempo completo en el campo, al lado de su padre, pero sabía que muchos adolescentes que emigraron a los Estados Unidos, mandaban dinero a sus familiares.
“Mamá debemos dinero, mejor me voy a ir”, le dijo una ocasión a doña Juana su madre, que preocupada habló con su esposo para expresarle la inquietud del patojo, como se conoce a los chavos en Guatemala.
A los 16 años, Luis ya era un niño convertido en hombre que sabía trabajar la tierra para limpiar los cafetos, cuidar el cardamomo, esa exquisita semilla que Guatemala exporta a Medio Oriente, Asia, Canadá, Estados Unidos y Sudamérica, donde es apreciada para la gastronomía y algunas bebidas.
A pesar de que trabajaba de sol a sol, Luis veía que el dinero no alcanzaba porque debían pagar los intereses de las deudas contraídas y la tierra no daba para el sustento de la familia.
En total eran 12 los hijos que doña Juana y don Luis habían procreado. El mayor del 37 años y Luis casi un niño que tres antes había terminado la educación primaria y no continúo los estudios secundarios por falta de pisto.
A finales de noviembre, don Luis y doña Juana habían pedido un préstamo de dos mil quetzales (6 mil pesos) para que el adolescente se aventurara a viajar hacia los Estados Unidos, con un coyote de la región que durante varios años ha trasladado a decenas de hombres y mujeres hacia los Estados Unidos.
En agosto Luis había intentado llegar a los Estados Unidos, pero fue detenido en México y deportado. Esa vez sus padres gastaron 3 mil quetzales (9 mil pesos). Meses antes habían pedido otro préstamo por 2 mil 500 quetzales (7 mil 500 pesos). Los intereses del 5% mantenía agobiados a los padres de Luis.
A finales de agosto, los indígenas q´eqchi´ habían resentido la drástica baja del precio del cardamomo. Los productores de la aldea Zona Reina, al norte de la cabecera municipal de Uspantán, en el departamento de El Quiche, que colinda con la Selva Lacandona en Chiapas, estaban desalentados.
“No vamos a poder seguir viviendo así, con estos precios”, declaró un productor. No eran los mejores años, como ocurrió en el 2019, cuando hubo escasez del producto en la India y creció la demanda en Medio Oriente, lo que permitió buenos ingresos a las 350 mil familias productoras, entre ellas la del joven Luis.
La caída en el precio del cardamomo, mantenía preocupado a don Luis, por eso, cuando su hijo le expresó que quería migrar de nuevo a los Estados Unidos, no lo pensó más y buscó un nuevo préstamo de dos mil quetzales como adelanto para el viaje. Tenían familiares en Florida y Ohio quienes se habían comprometido en apoyar al joven para pagar la deuda en el momento que cruzar la frontera de México con Estados Unidos.
Zona Reina, una comunidad de unos mil 500 indígenas q´eqchi´ e ixil, permanecieron en el olvido durante más de 60 años. El área fue una zona de combate por más de 35 años, entre el Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP) y el Ejército guatemalteco, que dejó miles de lugareños muertos, pueblos arrasados y decenas más desaparecidos. Hace ocho años, que la zona empezó a tener carreteras, escuelas y algunos centros médicos comunitarios.
Una aldea cercana a Zona Reina, San Antonio la Nueva Esperanza, vivió oculta entre la selva, como una Comunidad de Población en Resistencia (CPR) huyendo de la persecución de las tropas militares.
El área que es rica en biodiversidad, que se ubica a unos 636 metros sobre el nivel del mar, rodeada de afluentes que van a desembocar en el Golfo de México, se producen 250 mil quintales de cardamomo anualmente que luego son exportados a Qatar, Arabia Saudita, India, Estados Unidos, Canadá y Brasil principalmente.
Pero aún, así los indígenas q´eqchi´ e ixil, no encuentran el bienestar necesario para llevar el pan a sus hijos, por lo que no queda más opción que migrar a los Estados Unidos. “Aquí es muy difícil salir adelante”, dice un agricultor. Para construir una vivienda de material, se requiere de una inversión de entre 200 a 350 mil quetzales, pero un campesino solo puede ganar entre 3 mil 600 quetzales al mes.
Los lugareños que no consiguen reunir el dinero para pagar a los coyotes, viajan hacia la costa de Chiapas, a un día de camino, para trabajar en las fincas bananeras, en el corte de papaya o café, donde perciben unos 150 pesos al día, con el derecho a una ración de comida.
Quedarse en Zona Reina, implica buscar trabajo en las fincas cafetaleras y de cardamomo de la región, donde se puede percibir entre 75 a 80 quetzales (150 a 160 pesos), de 7 de la mañana a 4 de la tarde, sin derecho a desayuno y almuerzo, pero el principal problema es que cuando hablan con el patrón, les dice que no hay trabajo “porque ya estamos cabales”, asegura un lugareño.
Por eso no les queda otra opción a los lugareños, que endeudarse con prestamistas locales y emprender el viaje a los Estados Unidos, con la ayuda de un coyote que, con un plan de financiamiento, pueden pagar los 130 mil quetzales (326 mil pesos), con un primer pago de diez mil quetzales y el resto, al momento que el migrante esté en los Estados Unidos.
El martes 7 de diciembre por la mañana, Luis se despidió de sus padres y hermanos, para decirles que no se preocuparan por él, porque estaba “en buenas manos”.
Tomó su mochila, donde guardó ropa interior, unos pantalones, camisetas, una chumpa (chamarra) para el frío y acompañado del coyote viajó de la cabecera municipal de Uspantán, hacia la aldea de Gracias a Dios, en el departamento de Huehuetenango, lugar donde las organizaciones que se dedican al tráfico de personas, concentran a los hombres, mujeres y niños de Centro, Sudamérica, El Caribe y otras regiones del mundo, para partir de hacia los Estados Unidos.
Esa misma noche del 7 de diciembre, el adolescente había dejado Gracias a Dios, con un grupo de migrantes de varios países que eran trasladados hacia San Cristóbal de las Casas, pero los traficantes de humanos hicieron una parada en las inmediaciones en casas de seguridad de Comitán de Domínguez y Teopisca.
Fue al día siguiente, el 8 de diciembre a eso de las 19:00 horas, que Luis mandó un mensaje de WhastApp a su familia, para decirle que todo iba bien hasta ahora.
“Mamá, aquí estamos descansado”. Luis había entablado amistad con una joven migrante de Chacalté, Chajul, departamento de El Quiché, había contado a su familia.
A las 02:00 horas del jueves, a 12 horas de que ocurriera el accidente del tráiler, escribió de nuevo para decir que estaba en espera de que les avisaran el momento que deberían dejar la casa de seguridad en San Cristóbal de las Casas.
“Al rato les llamo para ver qué pasa”. Esa fue la última comunicación que tuvo Luis con sus hermanos que permanecían atentos del viaje desde Zona Reina. Antes de las 14:00 horas, los coyotes ordenaron a los migrantes subir al tráiler que se dirigiría hacia el municipio de Ocozocoautla y de ahí proseguir hacia Veracruz.
Minutos antes de las 15:00 horas, ocurrió la volcadura del camión. Pasaron varias horas hasta que la noticia llegó hasta Zona Reina. La familia escribió y llamó al joven, pero nunca respondió.
Fue hasta el 13 de diciembre supo que el cuerpo de Luis iba en el tráiler. Juana Chávez Bernal lloró al saber que su hijo había perecido en un tercer intento por llegar a los Estados Unidos. La joven que hizo amistad con Luis, confirmó que su paisano era una de las 56 víctimas mortales del tráiler.
La joven que resultó con algunos golpes y raspaduras explicó que al momento que el tráiler se accidentó, todos los migrantes que viajaban sentados, salieron proyectados de la caja, para quedar sobre el asfalto y la tierra. Cuando despertó vio a los migrantes ensangrentados y clamando ayuda.
Un año después de la tragedia, la familia de Luis Uz Chávez vive una doble injusticia, porque no hay ningún detenido por el accidente del tráiler y debe pagar los intereses por los préstamos que hizo por 7 mil 500 quetzales para que el adolescente consiguiera llegar a los Estados Unidos.