Activan operativo de ayuda humanitaria para las familias desplazadas
Fredy Martín Pérez.
Josefa Ortiz de Domínguez, Chis; 1 de junio. -Desde un camión del Ejército, Rolando López y Reina Alicia Herrera se despidieron de sus hijas Yuritzy y Samaey de 17 y 16 años de edad, al momento que decidieron regresar a El Lajerío, su comunidad que dejaron como consecuencia de los enfrentamientos armados entre dos carteles, que en una semana desplazó entre tres mil 500 a cuatro mil personas.
Yuritzy y Samaey estaban desconsoladas y lloraron cuando vieron llegar a Josefa Ortiz, el convoy del Ejército, Policía y socorristas de Protección Civil, que participaron en un operativo para el retorno de hombres, que permanecieron refugiados durante una semana en la comunidad Josefa Ortiz, en el municipio de Chicomuselo. Otros llegaron de la cabecera municipal, Nueva Independencia, Benito Juárez, la cabecera municipal y Comitán, donde huyeron en el peor momento de los enfrentamientos.
Las familias sin ninguna pertenencia a cuestas salieron el jueves a las 16:00 horas, pero hacia las 18:30 horas, alcanzaron Josefa Ortiz, comunidad del municipio de Chicomuselo, donde contaron a los habitantes lo que había ocurrido por ese rumbo.
El jueves por la mañana, Rolando no pudo contener las lágrimas cuando se despide de sus dos hijas que se quedarán unos días más en Josefa Ortiz, mientras él y su esposa Reina Alicia se establecen en El Lajerío. La madre de las adolescentes se quiebra al ver a lo lejos las jovencitas.
Yuritzy y Samaey permanecerán unos días en Josefa Ortiz, desde donde viajarán a la cabecera municipal de Comitán, a unos 130 kilómetros de distancia, pero cuando vean que hay condiciones para viajar a El Lajerío regresarán al lado de sus padres.
Dos muchachas del ejido Josefa Ortiz, abrazan a Yuritzy y Samaey. «No llores», le dice una chica a la primera. «No les va pasar nada». Yuritzy se limpia las lágrimas.
Desde el lunes 22 de junio, en Frontera Comalapa, se registraron enfrentamientos entre los cárteles de Sinaloa y Jalisco Nueva Generación, que se disputan el territorio estratégico que linda con la frontera de Guatemala y por donde se trafica con estupefacientes y migrantes.
Al inicio de las hostilidades, en la Panamericana, un grupo de campesinos estableció un bloqueo durante dos días, pero cuando los combates se recrudecieron, se retiraron del lugar, a la altura de San Gregorio Chamic.
Sobre la Panamericana, las dos organizaciones rivales chocaron durante varias horas con carros con blindaje artesanal conocidos como monstruos. Ninguna autoridad informó sobre el número de víctimas mortales o heridos.
Las hostilidades se prolongaron sobre hacia comunidades que se encuentran en las márgenes del río Grijalva y las cercanas al embalse La Angostura, el más grande del país.
De pronto, los campesinos despertaron con el ruido de granadas y las ráfagas de fusiles en Candelaria, Selegua, Nueva Independencia, Benito Juárez, Nicolás Bravo, San Jerónimo y otras, pero el fuego de las dos organizaciones criminales se extendió por la carretera federal 201 rumbo a los municipios Mazapa de Madero y Motozintla, donde varios vehículos fueron incendiados. La refriega continúo hacia el municipio de La Concordia. En Motozintla un bando estableció dos puntos de control a la altura de Las Cruces y la clínica del IMSS.
Como consecuencia de los choques, en El Lajerio, hay una camioneta pick ups incendiada, una Toyota Rava con placas de Nuevo León, SPF-40-12 de Nuevo León, vandalizada y otra incendiada a la entrada al poblado.
Los pobladores de El Lajerío cuentan que los choques se realizaron de día y de noche. A las entradas al poblado, los sicarios derribaron árboles, dispararon contra viviendas y un adolescente del barrio El Mirador, de 15 años de edad, perdió la vida por una bala. Rumbo a la comunidad Benito Juárez, dos carros de blindaje artesanal fueron incendiados. En los alrededores se observan sobre el piso decenas de casquillos calibre 7.62 para AK-47 y ponchallantas.
Los pobladores nunca supieron si por los choques armados, hubo hombres muertos o heridos. “No podíamos salir de nuestras casas. Solo escuchábamos las bombas y los disparos”, explicó un campesino que decidió no salir de la comunidad y enfrentar la violencia escondido en su casa.
Desde el kiosco del parque de la comunidad, un teniente coronel les dice a los pobladores que “vamos a buscar dar trámite a su petición. Sabemos que es un área de conflicto entre uno y otro grupo. Vamos a conseguir la seguridad permanente en el lugar”, anunció. Los campesinos insistieron que el Ejército quede de manera permanente en el lugar.
El militar les informa a los pobladores que acaban de hallar un explosivo de fabricación artesanal que será desactivado. “No se vayan a espantar si escuchan una explosión. Tenemos gente capacitada para estos casos. En caso de encontrar algún artefacto, por favor avísenos”, explica.
Una mujer que se encuentra en la reunión le reprocha al teniente coronel. “Dijo (el presidente) Andrés Manuel López Obrador abrazos no balazos, pero nosotros no estamos recibiendo los abrazos. Estamos recibiendo puros balazos”.
Hermilio López, un campesino de 42 años, padre de 12 hijos, que se refugió en Josefa Ortiz, con su esposa María Luisa Vázquez y cuatro hijos, porque los demás optaron por viajar a otra comunidad.
Oralia Morales Roblero comentó que al momento de los enfrentamientos armados, se tiraba al piso, pero para proteger a sus hijos, colocaba mesas, sillas y otros muebles. El jueves por la tarde, cuando las organizaciones criminales hicieron una pausa, huyeron hacia los cerros, hasta que dos horas y media después, alcanzaron la comunidad Josefa Ortiz.
Oralia tenía el corazón quebrado. Su hija de 17 años de edad, Ruby Esmeralda López Morales, con nueve meses de embarazo caminaba con dificultad. Sudaba copiosamente y por momentos presentaba dolor de vientre. A una semana, los dolores persisten y la niña puede nacer en cualquier momento, ahora en su casa en El Lajerío, donde Ruby Esmeralda llegó en la tarde del jueves.
Una familia de diez integrantes, originarios de la comunidad Flor de Lis, del municipio de Frontera Comalapa, regresó por su propia cuenta. “Solo vamos atravesar el río y llegamos a nuestra casa”, explicó uno de los desplazados.
María del Carmen Ventura, madre de seis hijos, narró que temía morir “sin ninguna causa” y “sin ninguna culpa” al momento de los enfrentamientos armados. Por eso no lo pensó más y caminó por más de dos horas para buscar refugio. “Toda la plebecita de mi familia salimos”, explicó entre lágrimas. “Lo que ahora queremos es que haya paz y tranquilidad”.
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