Por: Raúl Ríos Trujillo
La comunicación es la llave que abre y tiende los puentes de todos los procesos humanos, el lenguaje es el cohesionador de lo que hoy comúnmente llamamos sociedad, nuestras características culturales, nuestros rasgos lingüísticos y sobre todo la efectividad con la que nos comunicamos son nuestra huella por el mundo.
De la misma forma en que podemos entender esto, sabemos que los procesos de comunicación son herramientas que nos sirven para el discernimiento y lectura de los sucesos que impactan y cambian los procesos sociales, esto es precisamente lo que hacemos o pretendemos hacer quienes escribimos opinión pública.
No obstante la realidad líquida que ahora mismo vivimos como sociedad en conjunto nos plantea un escenario disímbolo, como que si los 60 años de estudio e investigación de la comunicación se hayan ido al traste con la hiperconectividad, con los nuevos medios nos hemos encontrado con que el modelo de comunicación masiva de los años anteriores al internet se habían equivocado de enfoque al ignorar e incluso desactivar la retroalimentación.
Ahora todo es distinto, del viejo modelo de retroalimentación en los medios masivos del pasado a la web 2.0 ha sucedido algo que ahora mismo podemos decir ha colocado todo fuera de control, lo vemos en lo objetivo en las redes sociales, instrumentos masivos como el Facebook o twitter han abierto la puerta a los millones de posibilidades de la retroalimentación.
Algunos han llamado a las redes sociales «El quinto poder» porque han sido elementales para la activación de conceptos como ciudadanía y participación social, lo cierto es que lo procesos de comunicación se han diversificado y complicado al mismo tiempo, con el alcance de los nuevos medios ha llegado un cúmulo inimaginable de basura y dispersión.
Las nuevas generaciones de ciudadanos ya son productores y consumidores al mismo tiempo, Prosumers, Millenials, también son líderes de opinión desde sus canales de youtube, desde sus cuentas de Twitter seguidos por millones, desde sus muros de Facebook, esta es la realidad líquida a la que me refiero, una realidad en la que no siempre priva la razón ni el verdadero análisis, desde el internet se enjuicia y se condena desde la víscera, algunas; no pocas veces, las hordas de haters son guiadas desde el anonimato por poderes invisibles, granjas de bots, expertos manipuladores, productores de trendings que han hecho de la economía de los hashtags un negocio lucrativo.
Hoy más que nunca no deberíamos confiar a pie juntillas de lo que leemos en redes sociales, fácilmente puede identificarse detrás de la industria del fakenews la mano de un titiritero, lo hemos visto en escenarios internacionales, en un momento en el que la posverdad es un claro tangible que está ganando elecciones y se está apoderando de los procesos democráticos hay que desconfiar de la información basura.
No es para nada disparatado vincular el triunfo de Andrés Manuel López Obrador con el mismo efecto que llevó a Donald Trump a la Casa Blanca, está claro que el grueso poblacional al alcance de los instrumentos de la modernidad es al mismo tiempo víctima y verdugo de los propios mensajes que se generan en la red.
Mientras no seamos selectivos en nuestro consumo de medios, mientras seamos una sociedad reactiva desde la virtualidad estaremos siendo víctimas de los nuevo manipuladores, en otras palabras, sería formidable dejar a los verdaderos comunicadores la labor de comunicar.
En su novela Número Cero, el semiólogo italiano Umberto Eco nos deja entrever el peligro que infiere desde las redes sociales, «legiones de idiotas que antes hablaban en el bar mientras se emborrachaban y ahora lo hacen con el mismo derecho que tiene un premio Nobel», Redes sociales; «invasión de necios», tal vez el italiano; una de las mentes más brillantes del siglo pasado tenía mucha razón al escribir estos epítetos, en lo que sería su último libro escrito antes de morir hace 2 años. Usted tiene la última palabra.