Fredy Martín Pérez.
La Concordia, Chis.- Hace un mes, Julio López López, de 32 años de edad habló por teléfono con su madre que vive en Luisiana, para decir que aceptaba la propuesta de irse a los Estados Unidos, porque en el pueblo no conseguía los cuatro mil pesos mensuales para los medicamentos y estudios de su hijo de cuatro años, que ha sido diagnosticado con autismo. “¿Sabes qué mami? Sí me voy”, expresó, pero nunca llegó a su destino, porque fue una de las 51 víctimas del tráiler hallado en Texas.
Originario de La Trinitaria, municipio fronterizo con Guatemala, Julio decidió vivir con Adriana Guadalupe González Hernández, de la misma edad que él, en la comunidad de Benito Juárez, en el municipio de La Concordia, donde el cantante Julión tiene su rancho Santa Rosa. Ahí como trabajador del campo, percibía a la semana, entre 300 y 800 pesos.
Un neurólogo le había dicho a la pareja hace unos meses que el niño de cuatro años, presentaba Trastorno de Espectro Autista, por lo que se requería realizarle constantes estudios y comprar medicamentos, pero debería asistir a una escuela de educación especial en la cabecera municipal de La Concordia. Los gastos mensuales rondaban los cuatro mil pesos, pero el salario de Julio no le alcanzaba y fue cuando decidió tomar la decisión de migrar a los Estados Unidos.
“Mi esposo ganaba 800 pesos a la semana cuando vendía madera y cuando no, salía con 300 o 400 pesos”, asegura Adriana Guadalupe que en la casa de su madre levantó un altar con una foto de su esposo donde se lee: “Julio López López: 24 de junio de 1990-27 de julio del 2022”. Desde hace más de cinco años, la pareja no ha podido construir una casa propia en un terreno que compraron con un pariente.
Fue hace un mes, cuando Julio dejó Benito Juárez, comunidad de unos tres mil habitantes, para viajar a Monterrey, donde su madre y hermano le dijeron que debería espera porque había contactado a un coyote identificado como Luis y con el alias de El Blanquito, originario de Rodulfo Figueroa, municipio de La Trinitaria, con papeles para su estadía en los Estados Unidos. El hombre había cobrado 250 mil pesos.
Mientras Julio aguardaba en Monterrey, en espera de que los cómplices de El Blanquito lo trasladaran a Reynosa, conoció a Mirian Elizabeth Ramírez García, de 23 años de edad, egresada de la carrera de Ciencias de la Educación en la Universidad Valle del Grijalva, originaria del distrito de riego de San Gregorio Chamic, en Frontera Comalapa. Se volvieron a reencontrar en un rancho del otro lado de la frontera, de donde salieron en el tráiler rumbo a San Antonio.
Adriana Guadalupe revela que por los 250 mil pesos que pagaron su madre y hermano, era “como un viaje VIP”, porque no tendría ningún problema en los retenes la Policía y de la Patrulla Fronteriza. Cuando cruzó el río Bravo, Julio lo hizo sin mayores problemas. Lo subieron en una lancha y a los pocos minutos estaba en Estados Unidos.
Debería esperar otros días en un rancho cercano a la frontera, que según Julio era un lugar donde llegaban hombres que se dedicaban a la caza. En la propiedad, Miriam Elizabeth permaneció oculta en una habitación, porque el dueño de la finca tenía miedo que la agredieran los hombres, porque “se drogaban”. Julio tenía que cocinarle a la joven. “La muchacha de Chiapas ya está aquí”, le dijo a Adriana.
El 21 de junio, Julio que estaba a tres días de cumplir 32 años de edad. Ese día habló con su esposa para decirle: “Gorda ya me voy”. No sabrían hasta cuándo se comunicarían de nuevo, porque los coyotes les quitaron los teléfonos a los migrantes. El le quitó la tarjeta SIM y la guardó en el pantalón. “No quieren que llevamos teléfonos, porque dicen que (Migración) no está rastreando”, agregó.
“Me voy en el nombre de Dios. En cuanto yo llegue yo te marco, porque nos dijeron que vamos a estar incomunicados dos o tres días y llegando allá me van a dar el teléfono”, dijo Julio. “Por cualquier cosa gorda, yo te voy a marcar”.
A partir de ese día, Adriana Guadalupe no volvió a hablar con su esposo. Le llamó a su suegra para preguntarle “si se había comunicado con los polleros”, pero le pidió que se tranquilizara porque su hijo “estaba en muy buenas manos” y que “dejara de preocuparse” porque El Blanquito, era gente del mismo lugar donde ella nació.
El 27 de junio Adriana Guadalupe habló con su suegra, pero no comentaron nada del tráiler hallado en San Antonio con los 51 cuerpos sin vida. Fue hasta el día siguiente hicieron comentarios. Nunca creyeron que Julio estuviera ahí.
Al siguiente día, funcionarios de la Fiscalía de Chiapas hablaron con una tía de Adriana que vive en Tuxtla, para preguntarle si ahí vivía Julio, porque la credencial de elector tiene esa dirección. La mujer preguntó para qué buscaban al esposo de su sobrina. Prometió darles información posterior. Fue así que se comunicó a Benito Juárez para contarle lo que había ocurrido.
Adriana llamó a su suegra en Luisiana y pidió que le diera el número de teléfono de El Blanquito, aunque se rompieran las reglas que habían puesto los coyotes, como era la de que solo la persona que había contactado a los traficantes podía hacer la llamada.
Más tarde le hablaron funcionarios de las fiscalías General y de Distrito de Villaflores, a quiénes les dijo que su esposo tenía un tatuaje en un brazo. Tuvo que viajar a Tuxtla para sostener una reunión en la Secretaría de Relaciones Exteriores, donde ya no había duda que su esposo era una de las 51 víctimas del tráiler.
Más tarde, Adriana pidió a El Blanquito para pedirle que le diera una prueba de vida de que su esposo estaba bien. Necesitaba una foto o un mensaje de audio, pero el coyote le decía que Julio se encontraba resguardado en una casa de seguridad, en espera de que “se calmara todo” para que pudiera ser movido a otro punto. “No se preocupe señora. Su esposo no está ahí en el tráiler. Su esposo lo tienen en otro lugar”.
En las próximas llamadas, el hombre le pidió a Adriana que mandara copia de una identificación y el acta de nacimiento, para que en caso de que estuviera detenido por la Patrulla Fronteriza, lo pudieran reclamar. Al final el coyote desistió en la petición y nunca más tomó la llamada de la esposa de Julio.
Hace 17 días que Adriana habló la última vez con su esposo: “Me voy en el nombre de Dios. En cuanto yo llegue, yo te marco, porque me dijeron que vamos a estar incomunicados dos o tres días”, escuchó la mujer que ahora está en espera del regreso del cuerpo del joven campesino, que solo buscaba ganar más dinero para los estudios y tratamiento de su hijo de cuatro años diagnosticado con autismo.