Jaime Martínez Veloz

Pareciera mentira que un hombre que en vida fue tan atacado, haya encontrado unanimidad en su muerte.

Si en verdad hay sinceridad en las palabras de quienes hoy desde sus puestos, cargos y púlpitos dicen reconocer la actitud y trayectoria de don Samuel Ruiz, existe una manera muy sencilla que pueda acompañar esas palabras elogiosas y convertir en ley y política de Estado los acuerdos de San Andrés Larráinzar, producto de un proceso de negociación exitoso, donde su papel como mediador contribuyó a crear las condiciones propicias para lograr el acuerdo en el primer tema de la agenda pactada entre el gobierno federal y el EZLN.

Hay otra parte de México que no lo elogia en público, y sufre en privado su ausencia, añora su presencia, sus consejos y el don de gente que lo caracterizó.

Quienes compartimos con don Samuel desde la primera Comisión de Concordia y Pacificación (COCOPA) los tiempos de la negociación en Chiapas, tuvimos oportunidad de compartir anhelos, sueños y anécdotas de una cotidianeidad intensa y productiva que dibuja los tiempos de esperanza generados a partir del ¡Ya basta! zapatista.

Recuerdo que, en octubre de 1995, en plenos trabajos del proceso de negociación, convenimos los miembros de la Comisión Nacional de Intermediación (CONAI) y los de la COCOPA reunirnos en Comitán, Chiapas, como punto de encuentro y de ahí partir en dos helicópteros a Guadalupe Tepeyac, de donde nos transportaríamos por tierra a La Realidad para sostener un encuentro con la comandancia zapatista.

Nos repartimos entre los dos helicópteros, en el que fue adelante nos subimos don Samuel Ruiz, José Narro, don Luis Álvarez, Heberto Castillo y quien esto escribe. En el de atrás venían los demás compañeros de ambas comisiones.
Ya enfilados rumbo a Guadalupe Tepeyac, en el helicóptero en el que viajábamos se escuchó un golpe espantoso en pleno vuelo; la nave hizo varios movimientos bruscos, pero finalmente el piloto, aunque con apuros, recuperó el control y pudimos llegar a salvo a nuestro destino.

En un primer momento no supimos lo que había pasado, más César Chávez, diputado del PRD, que venía en el helicóptero de atrás, se dio cuenta de que un ave muy grande había chocado contra la aeronave por lo que ésta se colapsó en el aire cuando los rotores aletargaron la rotación y estuvimos a punto de sufrir un accidente de consecuencias mayores.

Pasado el susto, quienes veníamos junto a don Samuel le dijimos que su presencia nos había permitido salvar el pellejo. Con la generosidad que lo caracterizaba sólo se rio para consecuentar nuestras vaciladas que soltábamos nerviosos para calmar el temor que nos produjo la sola posibilidad de un accidente.

Llegar a ese momento de camaradería y de confianza no había sido fácil. Lo que en ese momento ya era la Cocopa había nacido bajo el signo de la desconfianza.

La propuesta original de formar una comisión legislativa para la paz vino del presidente Ernesto Zedillo y fue interpretada como un intento de desplazar a la CONAI en el proceso de negociación entre el EZLN y el gobierno federal.

A quienes conformamos aquella primera Cocopa nos quedó muy claro que la labor de la CONAI y la nuestra no eran excluyentes, sino complementarias, lo cual permitió que las tareas se desarrollaran en el ámbito de sus respectivas responsabilidades.

En este trecho de la negociación, donde a cada paso que avanzábamos aparecía una nueva provocación, y a pesar de la evidente molestia que les causaba don Samuel Ruiz a prominentes figuras del poder político y económico, la figura del obispo de San Cristóbal y su equipo de trabajo nos permitió crear un ambiente constructivo y consolidar un avance que culminó con la firma de las partes en el tema de Derechos y cultura indígenas, conocidos como los acuerdos de San Andrés Larráinzar.

Este proceso se produjo en un contexto en el que las mentiras promovidas desde esferas gubernamentales y sectores de la derecha mexicana difundían dolosamente que atrás del levantamiento zapatista estaba la mano del obispo.

Todos ellos nunca han entendido que los únicos promotores de las rebeliones sociales son la pobreza y la miseria a la que están sometidas la inmensa mayoría de las comunidades indígenas y campesinas del país.

Desde la comodidad de sus mansiones nunca entenderán lo que significa la desesperanza de vivir –si a eso se le puede llamar así– en un contexto donde la pobreza cala hasta lo más profundo del ser humano que la padece.

Empresarios nacionales y extranjeros, funcionarios, concesionarios de medios de comunicación, entre muchos otros, enfocaron sus baterías a descalificar la meritoria y entregada labor de don Samuel Ruiz.

Este distinguido segmento social nunca entendió que el cariño por el Tatíc estaba enraizado en lo más profundo de los corazones indígenas chiapanecos, quienes olvidados y excluidos de todo tipo de atención habían encontrado en la palabra de don Samuel un confort que lo uniría de por vida con los más pobres de Chiapas.

Ese compromiso marcó su vida y las de cientos o miles de comunidades indígenas de Chiapas.

Un abrazo, Tatíc, con todo cariño donde quiera que te encuentres.

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