Por: Enriqueta Burelo

De acuerdo con la Real Academia de la Lengua Española, Secuestro es la privación de libertad ambulatoria a una persona o grupo de personas, exigiendo, a cambio de su liberación, el cumplimiento de alguna condición, como puede ser el pago de un rescate.

Pero hoy, este concepto adquiere un significado más amplio; estamos secuestrados como estado, y más allá, estamos naturalizando la violencia. Así como durante años se naturalizó la violencia de género, hoy la violencia provocada por el crimen organizado cobra esos tintes, y las recomendaciones: no salgas por este rumbo, cual rumbo, las balaceras, se han dado en las “mejores colonias”, como se decía antes “sucede en las mejores familias”. El día en que ya nada nos asombre, perderemos la capacidad de actuar y quedaremos paralizad@s e indefens@s frente a este monstruo.

Hace 50 años -toda una vida-, una amiga de Sinaloa, me hablaba de la avenida de los gomeros; un zona de Culiacán, habitada por familias de narcotraficantes; las balaceras a la orden del día. A mi me parecía una película de Hollywood, pero el destino nos alcanzó, por muchas razones, cambio de rutas, te persiguen allá y te refugias en otro país, falta de estrategia para combatir al crimen organizado, la introducción de esquiroles, como se llama en las huelgas a quien no la secunda por motivos políticos o económicos, en las fuerzas de seguridad.

Desde los años ochenta Manuel Buendía, en su afamada columna política “Red Privada”, nos hizo conscientes de la existencia de un poder paralelo que aparecía como una fuerte amenaza para la existencia de una mínima gobernabilidad. Es decir, fue él, antes de ser asesinado arteramente el 30 de mayo de 1984, uno de los primeros analistas que escribieron sobre las relaciones entre los grupos de poder político y la delincuencia organizada.

En la última década se han ido incrementando las desgracias como el Rosario de Amozoc; un dicho que se usa para señalar una fiesta que termina en pelea. Las crisis políticas, el aumento de los índices de la violencia, la disputa de cuotas de poder por diversos grupos políticos y la batalla en contra de la delincuencia organizada, han dado pie a un escenario difícil de controlar por las autoridades en turno.

En Chiapas nos preguntamos, porque Frontera Comalapa, una población hasta hace unos años pacifica, está totalmente secuestrada; la capital de Chiapas, Tuxtla, que había permanecido ajena a estos actos de violencia desmedidas, la zona de Jiquipilas que se ha convertido en guarida de la jettatura criminal, palabra italiana que nos habla de la maldición del mal de ojo, y creo que bajo ese hechizo estamos.

Surge la pregunta, ¿Qué hace la sociedad civil?, un grupo que surge en México y en Chiapas a partir de un proceso para alcanzar la mayoría de edad, si bien no podemos decir que la sociedad civil haya logrado incidir de manera relevante en propiciar condiciones de posibilidad para una verdadera democracia, el movimiento de los ciudadanos no se ha extinguido.
En Tuxtla, por citar ejemplos, hemos tenido en el ámbito cultural, experiencias exitosas, el rescate del Museo de la Ciudad, antes la presidencia municipal, desafortunadamente el edificio fue dañado por los últimos sismos, la reconstrucción del Centro Cultural Francisco II Madero, Menos Puentes más Ciudad, movimiento en contra de la construcción de un puente en que daña Joyyo Mayu y Cañahueca, en el terreno de la violencia de género, las marchas en contra de los feminicidios, pidiendo justicia, las marchas por la paz, que se han originado desde diversos rincones de la geografía chiapaneca, el último desde Frontera Comalapa, las marchas de familiares, de las víctimas de desaparición forzada como los 21 de Pantelhó y hoy los 14 secuestrados, personal administrativo de la Secretaria de Seguridad Publica.

Ante este fenómeno, las concentraciones masivas harán su aparición, pero que podemos hacer frente a las armas, quienes somos creyentes, estamos firmemente convencidos en que la oración es un arma poderosa, sin embargo, como bien lo dijo Jesús: al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios, a nosotros nos toca orar y exigir, y a las autoridades actuar con inteligencia y estrategia, no ser apagafuegos, ya que hemos comprobado, que en un incendio, si no hay estrategia crece y apagarlo es un milagro.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *