A Ocho meses de que Cassandra fue raptada por hombres armados de una fiesta en Berriozábal, su madre asegura que continuará la búsqueda de la joven

Fredy Martín Pérez

Siete días de la Navidad del 2022, Cassandra Isabel Arias Torres, de 18 años de edad, “Chatita”, como le llaman, fue raptada por un comando en Berriozábal. Se la llevaron del salón donde su madre, Isabel Torres Aquino, de 37 años, ofrecía una recepción por su boda. Junto a ella, iban su novio, su tío y el tecladista que amenizaba la fiesta.

Ese sábado 17 de diciembre, la fiesta terminó abruptamente cuando hombres con fusiles de asalto descendieron de camionetas. A las 20:00 horas, los invitados les ordenaron tirarse al piso, dejar sus carteras y teléfonos en las mesas y no levantar la mirada.

En el salón ubicado a solo 150 metros de la jefatura de la Policía Municipal, enmudeció y por segundos solo resonaban las palabras de los hombres. Una docena de invitados, entre ellos el padre, hermanos, primos y amigos de Isabel, fueron sometidos y golpeados.

Un invitado logró llamar por teléfono a la Policía Municipal, pero no hubo respuesta.

Casandra había entrado en pánico. Se incorporó del suelo, para ver dónde estaba su hijo Matías, pero recibió golpes en la espalda. Un invitado le pidió que se calmara, pero en ese momento, que daban la orden de retirada, un hombre la llevó hacia la calle.

Fueron cinco minutos con 37 segundos, que el comando permaneció en el salón.

En la casa de seguridad, el tío de Casandra escuchó que un hombre le decía a su sobrina. “¿Quién te quemó el brazo? ¿Qué necesitas? ¿Qué sientes? ¿Tomas algún medicamento para ir a comprarlo?”, Le reprochaban haberse “involucrado con gente mala”. Escuchó que habían llegado a Berriozábal para limpiar “a las lacras”.

“A esta muchacha no me la toquen. No te preocupes, porque tú te vas a ir con tu hijo. Tú te vas a regresar”, le prometió el hombre con acento norteño. Su tío le dijo a “Chatita”, que tuviera fe. “Ya hija, tranquilízate. Te van a soltar”. La joven no podía hablar y respiraba con dificultad.

El novio de Casandra fue torturado por los hombres, hasta que se apagaron sus gritos.

En el amanecer del domingo 18, un hombre entregó una manzana a cada uno de los tres cautivos. Algunas aves animaban el día, pero los cautivos no podían ver el resplandor.

Más tarde, los hombres anunciaron, que liberarían al músico y al tío de Casandra. Les pidieron que no acudieran al Ministerio Público, porque entonces, matarían a la muchacha.

Los dos hombres subieron a un vehículo. El tío de “Chatita”, pudo ver, por una apertura de la cinta que le cubría los ojos, cuando pasaron el retén policiaco de “La Pochota”. El auto continuó hacia Chiapa de Corzo, pero se detuvo en el Libramiento Norte, a la altura de la Torre Chiapas. Eran las 11:00 horas del domingo. Les entregaron 250 pesos. “Por ningún motivo levanten la mirada, ni volteen a ver, porque les damos un tiro en la cabeza”, les advirtieron.

En la avenida, los hombres pararon a un taxi. Pidieron al taxista un viaje a Berriozábal, pero le contaron lo ocurrido y en ese momento el chofer contestó: “No quiero problemas. Nos pueden seguir. Hagan favor de bajarse”. A los pocos minutos pararon otro taxi. En 20 minutos estaban en casa. El músico recogió sus cosas y se fue a Ocozocoautla. No se sabe más de él.

Es septiembre del 2022, cuando recién cumplió 18 años, Casandra, trabajaba en una cafetería del centro de Berriozábal, donde conoció a un asiduo cliente. A las pocas semanas era novia del desconocido.

El hombre robusto, de unos 120 kilogramos, que dijo tener 25 años de edad, con acento tabasqueño, “muy educado y bien vestido”, llegó a la casa de la madre de Casandra, para decirle que no iba a jugar con los sentimientos de su hija. “No tengo ningún familiar. Ando buscando rehacer mi vida. Me separé de mi pareja”, justificó.

En Berriozábal, cuando se supo lo ocurrido, la gente especuló que el joven “era el jefe de plaza” de un cártel, pero Isabel está segura que nunca lo vio con dinero, con carros de lujo o gente armada que lo cuidara. “Nada sospechoso le vi a ese muchacho”, explica Isabel. “Mi hija estaba muy enamorada de él”.

A siete meses de su desaparición, nadie ha denunciado su rapto.

En el verano del 2022, “Chatita” le contó a su madre que quería poner un negocio de venta de ropa, maquillaje y bolsos. Planeaba ir a Ciudad de México, para abrir la tienda, que estaría en el mismo local de las uñas acrílicas. Matías empezó a ir al jardín de niños.

A raíz del rapto de Casandra, “mi vida dio un giro de 180 grados”, lamenta Isabel. Su familia se desintegró porque sacó de Berriozábal a su hijo mayor de 20 años de edad. También dejaron el pueblo, Matías y su padre, que ya estaba separado de Casandra. En casa se quedaron dos niños, de 13 y cinco años. Los directivos de la escuela, aceptaron que los niños estudiaran en casa. “Tengo mucho miedo de que ellos salgan a la calle. Apenas los he empezado a sacar. Me da miedo de que algo les pase”.

Separada de su anterior pareja y con tres hijos a su cargo, durante varios años, Isabel se dedicó a vender aguas frescas y frituras en las escuelas y en el campo de fútbol. Así sostuvo a su familia.

Con su actual esposo, con el que procreó una niña, abrió un vivero en Berriozabal, pero en la pandemia, el negocio quebró.

En la constante búsqueda de su hija, Isabel supo que el día que se llevaron a Casandra, el director de Seguridad Pública Municipal, Germán Alegría, pidió a los agentes que no se movieran de la comandancia. El alcalde Jorge Acero declaró, que lo ocurrido había sido consecuencia de “una riña”. Ese 17 de diciembre, la Policía se presentó en el lugar después de las 21:00 horas.

El 10 de enero, Isabel se plantó en la Fiscalía para denunciar la desaparición de Casandra. Temerosa advirtió que no quería acusar a nadie. “No se preocupe señora, la denuncia va salir en contra de quién o quiénes resulten responsables”, soltó un funcionario.

Días antes, le pidió al padre de Casandra, José Humberto Arias López, que acudiera ante la Fiscalía, pero rechazó la petición. “Tú eres la responsable. Haz tú la denuncia”, reviró. “Se deslindó del problema. El apoyo de él no lo tengo. Se lava las manos”, acusa.

Isabel distribuyó la ficha de búsqueda de “Chatita”, en Berriozábal, donde se sabe hay otros cinco jóvenes desaparecidos. Un hombre llamó para decir que tenía a su hija, pero para liberarla, debería hacer un depósito bancario. Aceptó, pero a cambio pidió, que le describiera todos los tatuajes que tiene su hija. El desconocido colgó. Casandra se hizo tres tatuajes grandes, una mujer lobo en el brazo derecho, un dragón en la pierna y el número 186 en la parte alta del pecho. Tiene otros pequeños.

En julio, al finalizar una jornada de protesta de 13 días, para exigir la aparición con vida de la joven, se realizó la primera búsqueda de campo con peritos de la Fiscalía, en un terreno conocido como La Piedrona, ubicado a 800 metros de la alcaldía de Berriozábal. El 31 de ese mes, hubo otra búsqueda en un predio “del otro lado” de la carretera federal número 190, frente a La Piedrona.

Una noche de febrero, Isabel le dijeron por teléfono que “Chatita” había sido abandonada en La Piedrona, pero “estaba muy golpeada”. Cuando su hermano y cuñada rastrearon el área, hallaron una bolsa con basura. El desconocido llamó de nuevo para preguntar, si habían encontrado el cuerpo. La respuesta fue negativa. “Sigan buscando. Ahí está tu hija muerta”. La pareja se retiró del lugar, cuando un hombre vestido de negro asechaba entre los matorrales.

El día que Isabel cumplió 37 años de edad, el sábado 22 de julio, le telefonearon para pedirle que se presentara al Servicio Médico Forense (Semefo), porque acaban de hallar el cuerpo de una mujer. Viajó de inmediato a Tuxtla, a 24 kilómetros de distancia.

“No me dejaron pasar a ver el cuerpo. Los funcionarios murmuraban entre ellos y decían que la que estaba allá adentro se parecía a mi hija. A ver, permítame tantito, me decían. Me enseñaron una foto del tatuaje y efectivamente no era ella. Si me la hicieron de emoción, y nerviosa me pusieron, estar en un lugar tan feo y un lugar tan fétido”, cuenta.

En estos siete meses de la desaparición de Casandra, Isabel la ha soñado. La primera, viajaba en una motocicleta por las calles de Berriozábal. Tenía el cabello teñido. “¿Qué pasó con tu cabello?”, preguntó Isabel. “Así me lo pusieron, para que no me conozcan”, respondió la joven.

La segunda bajaba de un colectivo. El encuentro fue fortuito. “¿Hija por qué no me has buscado?”, cuestionó. “No te preocupes por mí. Estoy bien. No me busques”. Y la última, la joven corría por las calles. “¿Por qué huyes?”, reclamó Isabel, pero “Chatita” contestó: “No puedo regresar, porque si regreso, van a matar a mi familia. Yo estoy con unos policías que no me dejan salir del lugar donde me tienen”.

Más de 200 días que “Chatita” desapareció, Isabel tiene fe de hallarla. “El corazón de madre me dice que mi hija está viva, porque hasta ahora no se ha encontrado ningún cuerpo y nada. Yo siento que mi hija está viva y siento que muy pronto la voy a encontrar. Ya me quitaron tanto, y ahora, el miedo ya lo perdí. Voy a seguir en mi lucha buscando a mi hija”.

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